martes, 19 de julio de 2016

Todo empieza con un dolor

No podría identificar el día en particular en el que todo esto comenzó. Recuerdo que a principios de marzo de 2015 empecé a sentir una molestia notoria en el costado derecho, debajo de las costillas. Se trataba de una especie de presión de dolor soportable pero constante.

Al inicio creí que era un malestar digestivo común (si es que existe tal cosa), con el paso de los días pensé que se trataba de colitis nerviosa, pues había estado yo bajo estrés ya varias semanas seguidas: estudiaba la maestría por las tardes, estaba buscando trabajo desesperadamente y a finales del año anterior había dejado mi anterior empleo al que le había dedicado una fuerza descomunal (llegando a dormir de 2 a 3 hrs. diarias entre semana).

El problema fue que no me atendí a tiempo, a pesar de las invitaciones de mi esposa para ir al médico, de una u otra manera yo lo posponía argumentando que el dolor era soportable, que necesitaba hacer otras cosas más urgentes y que ya tendría tiempo para ir.

Cada mañana despertaba yo con tal molestia y con el paso de las horas llegaba a atenuarse o incluso a desaparecer, pero cada día el dolor estaba ahí.

En algún momento pensé que se trataba de un dolor muscular, pues sucedía que tras hacer ejercicio (solía entrenar artes marciales) el dolor desaparecía por el resto del día.

Sin embargo, hubo un momento en que el dolor no se fue, ni siquiera disminuyó.

Ese día fui a la escuela y, tras levantarme del asiento al finalizar la última clase (a las 10 pm) una fuerte punzada me detuvo en seco. Sin embargo, logré sobreponerme y continuar con mi rutina.

Quizá uno o dos días más estuve cargando con el dolor, sin querer dejar de buscar trabajo o pausar las labores de la maestría (en la que debía mantener un buen promedio para mantener la beca). Hasta que una noche exploté... casi literalmente.



Intentaba dormir pero la molestia no me dejaba; si me volteaba para un lado u otro el dolor aumentaba e incluso me dificultaba respirar. Acostarme bocabajo era inimaginable. Así que en la madrugada me levanté a caminar por la salita del departamento donde vivíamos, decidí sentarme y a los pocos segundos me invadió un mareo terrible, sentí cómo el cuerpo se me ponía frío y adormecido; sentí una náusea inmensa y la vista se me empezaba a nublar.

Como pude me moví hacia el baño pensando en que vomitaría. Me esforcé por respirar profundamente y no desmayarme. De pronto sentí como si algo en mi interior hiciera "crack", aunado esto a una sensación de hormigueo por todo el cuerpo, una debilidad angustiante y la disminución del dolor (pero no su desaparición).

Al amanecer decidí finalmente ir al médico. La doctora me revisó, escuchó mi historia, me auscultó y me indicó realizar un ultrasonido para descartar problemas hepáticos. Me dirigí hacia la clínica más cercana para hacerme los estudios, cuyos resultados señalaban una condición extraña en el intestino: podría ser una oclusión o una tumoración. Ninguna de las dos opciones era preferible a la otra, así que la doctora me canalizó con un especialista, gastroenterólogo y oncólogo de la Ciudad de México.

Ese mismo día asistí con el especialista, siempre acompañado por mi esposa, quien me revisó y comentó que sí sentía un cuerpo extraño en mi abdomen, pero que debería hacerme estudios más detallados: una tomografía contrastada y análisis de sangre, por lo que al día siguiente (si no mal recuerdo) mi madre y mi esposa me llevaron a otro laboratorio para hacer la tomografía.

Creo que el resultado lo entregaron un día después: había una tumoración de 7cm de diámetro en el "ciego", que es la zona donde se conectan el intestino delgado y el grueso. Además de que tenía un conteo muy elevado de glóbulos blancos, indicio de una fuerte infección. Por eso, cuando ese mismo día el especialista observó los resultados dijo: "debemos internarte hoy mismo y hacer la cirugía para mañana".



Seguramente me habría evitado todo ese cúmulo de emociones, malestares, incertidumbres si hubiese ido al médico cuando el dolor recién había aparecido. Y ciertamente habría evitado (al menos en muy buena medida) todo lo que vendría después.

Creo que esa es el primer aprendizaje de todo esto: la salud es primordial (por muy cliché que suene), lo demás puede esperar, pues sin una salud adecuada, todo lo demás se vuelve muy difícil, si no imposible, de hacer. Es por ello que se suele decir que ante cualquier síntoma, por pequeño que parezca, hay que acudir al médico para prevenir complicaciones o dolencias más graves.


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