domingo, 31 de julio de 2016

Ingesta de alimentos: el segundo intento

Después de la mala experiencia al comenzar a comer después de la ileostomía y tras haber tenido la sonda nasogástrica por varios días (conectada a una bomba), estaba asustado y preocupado por lo que podría pasar cuando probara alimento otra vez.

Mencionaba que la sonda me fue retirada mientras permanecía sentado, pues si uno está acostado se corre el riesgo de que algo del líquido gástrico se derrame y afecte las vías respiratorias; por eso mismo al retirar la mangera no se debe inhalar, sino aguantar la respiración. Aunque esto último creo que sucede por mero reflejo, imagino que es difícil querer respirar cuando te sacan una manguera de más de 30 cm de largo por la nariz.

Así pues, el médico me explicó que era momento de intentar otra vez con la ingesta de alimentos, por lo que inmediatamente indicó una dieta blanda. Esta ocasión pedí que sólo me llevaran un caldo de verduras. Comí con cierto nerviosismo, despacio, de forma muy distinta a la vez anterior.

 También, gracias a la asesoría de mi esposa, quien está muy familiarizada con temas de nutrición y trofología, seleccionaba parte de la comida que llevaban a la camilla, pues tratábamos de evitar que se repitiera el problema por el que pasé.

Pues bien, mi esposa llevaba jugo de fruta natural para que yo bebiera. Honestamente, esto lo hacíamos sin consetimiento de los médicos, sin embargo, me ayudó mucho a reponerme rápido. Claro está, lo tomaba despacio y a sorbos en distintos momentos del día.

A partir de esta recuperación, sólo fue cuestión de pocos días para que me dieran de alta, pues la dieta blanda la recibí bien y el estoma drenaba adecuadamente.

martes, 26 de julio de 2016

Medias de compresión y vendaje (pre y postoperatorio)

Algo que no mencioné anteriormente, es que minutos antes de la cirugía me colocaron vendajes en ambas piernas. Según me explicaron, esto ayudaría a mantener una circulación adecuada de la sangre durante la operación.


El vendaje lo tuve incluso días despúes de la intervención quirúrgica (me las quitaba para bañarme), sobre todo cuando mis extremidades comenzaron a hincharse debido a los sueros que inyectaban por mi vena.

Mi familia decidió ponerme medias de compresión o medias TED en lugar de las vendas para controlar la hinchazón o edema de las piernas. De por sí estas medias son difíciles de poner, aún más cuando las extremidades parecen las de Homero Simpson.


Incluso cuando me dieron de alta, debí seguir utilizando estas mallas, pues mi cuerpo seguía edematizado. Aunado a esto, en tanto que mi cuerpo no expuldaba los líquidos adecuadamente, orinaba muy poco al día, por lo que comenzaron a suministrarme diuréticos, primero intravenosos y, una vez en casa, en tabletas.

Recuerdo haber tardado más de una semana en notar la desinflamación en mis extremidades. Las medias de compresión las llevaba puestas a todo momento salvo para bañarme (incluso dormía con ellas y con varios cojines debajo de los pies para elevar las piernas).

Posteriormente, nos percatamos de que estas medias podían utilizarse en lugar del vendaje durante la cirugía. Por lo que, casi un año después de me practicasen la ostomía, me coloqué las medias de compresión para ingresar al quirófano a que me realizaran la reconección (más adelante relataré este otro proceso).


Las medias de compresión se pueden comprar en cualquier farmacia o, en su defecto, en el centro de la Cd. de México hay algunas farmacias especializadas donde es fácil encontrarlas. Si pareciera complicado hallarlas o debido a preferencias personales, el uso de vendaje también es adecuado. Éste debe cubrir al menos desde debajo de las rodillas, donde comienzan las pantorrillas, hasta los empeines, sin cubrir los dedos de los pies (a diferencia de las medias que utilicé, que iban desde los muslos hasta los pies). Debe ser un vendaje firme pero sin que llegue a lastimar la extremidad, al principio quizá sea necesario ir ajustando la presión hasta que cada paciente encuentre el punto justo que le funciona. 


Por otra parte, para fijarlas es mejor NO utilizar los ganchitos que vienen en el paquete de las vendas, ya que pueden incomodar, punzar o rasgar la piel del paciente. Lo mejor es usar cinta adhesiva para fijar el vendaje.


viernes, 22 de julio de 2016

Primeros alimentos, primeras complicaciones

Tras varios días sin comer o beber, me permitieron probar sorbos de agua, para ver cómo estaba funcionando mi tránsito intestinal. A la mañana siguiente me preguntó el médico si tenía hambre, a lo que asentí fervientemente.

Me indicaron dieta blanda, así que me llevaron un poco de fruta (papaya), jugo de manzana (de bote), un sándwich (de jamón y queso), té y atole de fresa. Intenté no devorarlo todo de golpe.

Después seguí caminando dentro y fuera de la habitación. Recuerdo que ese fue el día en que recibí más visitas: amigos, varios familiares, familia de mi esposa...

A la hora de la comida me llevaron atún (de lata) con zanahoria picada y chícharos, jugo de mango (de bote), tortillas, sopa aguada (de pasta) y té. Comí hasta saciarme, y el estoma parecía seguir drenando sin complicación.


Sin embargo, aproximadamente a partir de las 5 o 6 de la tarde comencé a sentir cierto malestar. Poco a poco se fue incrementando hasta culminar en vómito: un líquido cuantioso de fuerte color verde. Pensé que me había cargado el estómago y que el malestar pasaría después de este evento, pero no fue así. El malestar regresaba (dolor que aumentaba poco a poco) hasta convertirse en náusea y más vómito. Me sentía yo como en la película "El Exorcista".

Al parecer los médicos estaban desconcertados, mi familia achacaba el problema al tipo de comida que me habían llevado, que quizá habían sido porciones más grandes de las que debí haber ingerido tomando en cuenta el proceso en el que estaba, además de tratarse de alimentos procesados (de lata, de bote). Nos explicaron que ESO era una dieta blanda y que se la daban a todos los pacientes.

Tal situación nos hizo pensar a mi esposa y a mí en las limitaciones que una comida estandarizada tiene al interior de un hospital, aunque nos dijeron que había una nutrióloga encargada de los menús, no dejábamos de pensar en lo absurdo que puede llegar a ser administrar una misma dieta a pacientes tan distintos, aunque hayan pasado por intervenciones similares, pues no todos los organismos reaccionan igual. Por supuesto, una labor de conocimiento de cada paciente implicaría mayor trabajo y quizá un gasto más elevado.


De cualquier manera, sintiéndome agotado por los vómitos frecuentes y por el malestar que iba y venía, decidieron colocarme una sonda nasogástrica. Se trata de un tubito de plástico transparente que se introduce por uno de los orificios nasales hasta llegar al estómago, con el fin de liberar la presión que hay en el sistema digestivo y evitar vómitos subsecuentes. El tubo termina en una bolsita (ya sea de las que se utilizan para diálisis o, como me llegó a pasar, un guante de látex sellado con cinta para no dejar pasar aire) que recibe el fluido gastrointestinal.

Suena un poco sencillo, pero para mí fue aberrante, doloroso y muy cansado. Para colocar la sonda debía estar sentado, con la espalda erguida. Para introducirlo por la nariz se embadurna de un lubricante en gel para no lastimar mucho las vías respiratorias. El médico va empujando la manguera hasta que pasa por el tabique nasal para girar hacia abajo, en dirección hacia el paladar y el esófago. Llegado a este punto, es el paciente quien debe comenzar a tragar, literalmente, el tubo, haciendo el movimiento que se realiza cuando se traga saliva (o cualquier cosa, en realidad).

Necesité dos intentos para hacer pasar la sonda por la garganta, en ambos vomité. La sensación me parecía abrumadora (¿ya dije dolorosa o traumante?). Cuando el tubo llegó al estómago, el médico de guardia (no expliqué que el especialista ya se había ido) procedió a fijar la manguera en mi nariz con cinta adhesiva, para evitar que el movimiento al caminar o tragar saliva o hablar o respirar lastimara la vía respiratoria o que la manguera se saliera.

Pues ahí quedé, con una bolsa colgando de mi nariz, pegada a una manguera de plástico. Sin atreverme a hablar e intentando no tragar saliva. El sólo hecho de respirar me causaba dolor e incomodidad... y el malestar apenas si había disminuido.

Recuerdo que casi una semana estuve con la sonda nasogástrica, caminando, respirando, en silencio, haciendo gestos para comunicarme, pues hablar me causaba una sensación demasiado incómoda y lastimaba mi garganta.


Resultó que la sonda no logró todo lo que debía: volví a vomitar un par de veces y la sonda no logró contener el fluido, es decir, éste salió tanto por la manguera como por la boca al mismo tiempo. Así que cambiaron la bolsa por una bomba al vacío (un bote de vidrio grande, conectado a una máquina que succionaba el líquido gastrointestinal). A partir de ese momento ni siquiera podía caminar, pues la bomba era grande y pesada, así que me la pasé mucho tiempo en cama.

El bote se llenaba de ese líquido verdoso, hasta que al tercer día comenzó a llenarse de líquido transparente, muy parecido a la saliva. El malestar había desaparecido. Por supuesto, durante toda esa semana no volví a probar líquido ni alimento alguno.

En conjunción con la sonda, los médicos me mojaban el estoma con un medicamento (Bamitol, creo) que servía para deshidratarlo, pues se encontraba edematizado, lo que significaba que mi intestino estaba inflamado también. Al parecer la cantidad de suero que estaba recibiendo mi cuerpo no sólo había hinchado mis extremidades hasta hacerlas parecer guantes llenos de agua, sino también mivísceras, inflamadas de por sí, debido a la cirugía.

Para quitar la sonda, debí sentarme. Me quitaron la cinta adhesiva de la nariz (me quedó un raspón y una ligera hendidura en el borde de mi fosa nasal). Pedí que me pasaran el bote por si vomitaba, me dijeron que si. Me pidieron que aguantara la respiración y, de improviso, sacaron la manguera en un solo movimiento (nadie me pasó ningún bote), afortunadamente no vomité.

Alivio, gratitud, respiré profundamente y sentí cómo el aire llenaba mis pulmones sin malestar, sin dificultad. Me dejaron enjuagarme la boca y, más tarde, podría reiniciar la ingesta de sorbitos de agua.


jueves, 21 de julio de 2016

Después de la operación

El estoma me lo colocaron en el lado derecho del abdomen, específicamente, lo que me realizaron fue una ileostomía. Es decir, que en la abertura del abdomen se somaba una porción del intestino delgado, mientras que el intestino grueso estaba sellado y reposando dentro de mí.

El cirugano le explicó a mi familia que me habían extirpado unos 15 cm de intestino grueso y una medida similar del intestino delgado, esto debido a la posición del tumor, pues suele cortarse un poco más de la zona afectada para prevenir cualquier propagación de células cancerígenas (anticipando que se tratase de un tumor maligno).

Ese segmento extirpado fue enviado a un laboratorio para hacerle estudios de patología y determinar qué clase de tumoración era aquella. Los resultados estarían listos en una semana (aunque al final estuvieron listos a las tres semanas).


La primera indicación tras la operación es caminar... caminar... caminar... tener buena higiene y seguir caminando. Pues gracias a tal movimiento se comienza a estimular el aparato digestivo que, tras el trauma que implica la operación, habría quedado paralizado.

El ritmo con el que se camina dependerá de cómo se sienta uno, de las fuerzas disponibles y, claro está, de si cuenta o no con ayuda de alguien más (para apoyar en el arrastre del carrito del suero o como mero apoyo moral y afectivo). No importa cuán rápido o lento vaya uno en su caminata, lo importante es ser constante. Recuerdo que incluso cuando no podía salir al pasillo, caminaba en el cuarto, dando vueltas como mascota amarrada en un árbol (jejejeje).

Los períodos de descanso también son importantes, no es pertinente agotarse andando de aquí para allá, sino combinar los momentos de caminata con los de reposo. La frecuencia puede ponerla uno mismo de acuerdo a su recuperación (30 min. caminando y luego 10 min. sentado; 15 min. caminando y 15 min. reposando; 60 min. caminando y 20 min. descansando, etc.).

Alimentos y bebidas estuvieron prohibidos por varios días. Todo entraba por la vena: glucosa, electrolitos, analgésicos y antibióticos (bastantes antibióticos).

En cuanto al aseo personal, ayuda mucho tener una silla en la regadera para no agotarse. Para mí era muy importante evitar que la bolsa de la ostomía se mojara mucho, ya que el estoma estaba muy cerca de la herida central en mi abdomen (que recorría desde debajo del esternón hasta por debajo del ombligo, con sus respectivas suturas... me recordaba a una especie de muñeco vudú) y debía recortar el área de la bolsa que lleva el pegamento para no pegar encima de la herida; esto propiciaba que se filtrara agua y se despegara muy rápido dicha bolsa.

La forma de hacerlo era colocando un plástico que pasara por encima de la bolsa y parte de la herida. Un día entraba a la regadera sin la bolsa de ostomía para mantener limpio el estoma, y otro día podía mantener la bolsa dependiendo de las condiciones de la tripita (jijiji).

Los primeros días, según recuerdo, se trata de eso: bañarse, caminar, reposar y seguir respirando. Claro está, en ocasiones llegaba a sentir dolor, tenía varias febrículas al día y no podía conciliar del todo el sueño. Cada día había alguien, al menos una persona, acompañándome. Eso ayuda muchísimo en todo el proceso, que de por sí es físicamente difícil.

Así pues, debía esperar lo suficiente hasta que el especialista me indicara que podía beber líquidos, primero, y luego comenzar lentamente con la ingesta de alimento.
Ahora bien, quizá aún no haya mucha gente leyendo esto, pero si alguien pasa por aquí y tiene alguna duda o comentario sobre todo esto, no dude en expresarla.

En el siguiente post hablaré acerca de la alimentación y de los serios problemas que tuve al respecto. Salú!!!

miércoles, 20 de julio de 2016

La Cirugía

Justo después de que el especialista expresara la urgencia por operarme, fuimos a casa para recoger algunas cosas (ropa, artículos de higiene personal) y aproveché el tiempo para intentar mentalizarme y estar lo más tranquilo posible.

Esa noche, en la que debí pasar por el proceso de preparación pertinente, se quedó mi esposa conmigo. Lo primero que el personal hizo después de tomar mis datos y registrar mi ingreso fue indicarme que me pusiera la batita típica de hospitalizado (esa que deja pasar frío por las nalgas y toda la espalda), colocarme una intravenosa con un suero base y llevarme mi primer litro de Nulytely sabor lima limón, el laxante que debería consumir para limpiar el tracto intestinal.


 Las instrucciones consistían en beber 250 ml del líquido cada 15 minutos hasta haber bebido 4 litros. Es importante mantener esta frecuencia para preparar al organismo para la cirugía. Por supuesto, la ingesta de cualquier otro líquido o alimento está prohibida.

En mi caso, el primer litro me pareció aceptable, pero a partir del segundo litro comenzó a costarme más trabajo pasar el laxante por la garganta. El efecto no suele tardar mucho y, con el paso de las horas, las deposiciones se van volviendo cada vez más líquidas e instantáneas, llegando el momento en que se traga el líquido y casi inmediatamente hay que ir al baño.

Ya en el tercer litro tuve que sobreponerme a las constantes náuseas que me provocaba esta sustancia. Afortunadamente evité el vómito (pues sabía que tendría que volver a tomar otro litro extra). Claro está, la frecuencia de 250 ml cada 15 mins. fue extendiéndose debido a la náusea.

Durante todo ese intervalo ingresaba el personal del hospital para, ya sea, tomar mis signos vitales, tomar una muestra de sangre para estudios preliminares, o para explicarme cuál sería el procedimiento a la tarde siguiente. Aproximadamente a las 5 am pude dormir un poco.

La operación se llevó a cabo a finales de marzo de 2015 a las 15 hrs. Recuerdo que me subieron a la planta superior en silla de ruedas. En el pasillo estaban mis padres, mi esposa y mis hermanas, diciéndonos "hasta luego" y deseando que todo saliera bien. Caminé hacia una camilla para recostarme mientras finalizaban los preparativos, estuve ahí unos 10 o 15 minutos, intentanto respirar profundo para no dejarme llevar por los nervios.

Entré caminando al quirófano y me recosté en la mesa de operaciones. El equipo de médicos y enfermería estaban atentos a sus respectivas labores. El anestesista me explicaba lo que iba haciendo a través de la intravenosa, el especialista (el cirujano) entró y me saludó preguntándome si estaba listo. Me estaba explicando que me colocaría una especie de parche en el muslo para un láser (no sé de qué hablaba) y que seguramente me arrancaría algunos vellos al quitármelo... corte, todo se apagó.


Estuve en el quirófano por unas 5 horas y 2 horas más en la sala de observación. Despertar de la anestesia fue algo pesado; la enfermera me preguntaba mi nombre, el año, el lugar en el que estaba y hasta quién era el presidente. Unos minutos después me estaban cambiando de camilla para bajarme a la habitación donde esperaba mi padre.

Aún estaba adormilado por la anestesia, notaba que entraban a revisar algo en mi abdomen... una enfermera movía una especie de bolsita aderida a mi cuerpo. Mi padre y yo nos sonreímos, eran pasadas las 10 de la noche, volví a hundirme en el sueño.

martes, 19 de julio de 2016

Todo empieza con un dolor

No podría identificar el día en particular en el que todo esto comenzó. Recuerdo que a principios de marzo de 2015 empecé a sentir una molestia notoria en el costado derecho, debajo de las costillas. Se trataba de una especie de presión de dolor soportable pero constante.

Al inicio creí que era un malestar digestivo común (si es que existe tal cosa), con el paso de los días pensé que se trataba de colitis nerviosa, pues había estado yo bajo estrés ya varias semanas seguidas: estudiaba la maestría por las tardes, estaba buscando trabajo desesperadamente y a finales del año anterior había dejado mi anterior empleo al que le había dedicado una fuerza descomunal (llegando a dormir de 2 a 3 hrs. diarias entre semana).

El problema fue que no me atendí a tiempo, a pesar de las invitaciones de mi esposa para ir al médico, de una u otra manera yo lo posponía argumentando que el dolor era soportable, que necesitaba hacer otras cosas más urgentes y que ya tendría tiempo para ir.

Cada mañana despertaba yo con tal molestia y con el paso de las horas llegaba a atenuarse o incluso a desaparecer, pero cada día el dolor estaba ahí.

En algún momento pensé que se trataba de un dolor muscular, pues sucedía que tras hacer ejercicio (solía entrenar artes marciales) el dolor desaparecía por el resto del día.

Sin embargo, hubo un momento en que el dolor no se fue, ni siquiera disminuyó.

Ese día fui a la escuela y, tras levantarme del asiento al finalizar la última clase (a las 10 pm) una fuerte punzada me detuvo en seco. Sin embargo, logré sobreponerme y continuar con mi rutina.

Quizá uno o dos días más estuve cargando con el dolor, sin querer dejar de buscar trabajo o pausar las labores de la maestría (en la que debía mantener un buen promedio para mantener la beca). Hasta que una noche exploté... casi literalmente.



Intentaba dormir pero la molestia no me dejaba; si me volteaba para un lado u otro el dolor aumentaba e incluso me dificultaba respirar. Acostarme bocabajo era inimaginable. Así que en la madrugada me levanté a caminar por la salita del departamento donde vivíamos, decidí sentarme y a los pocos segundos me invadió un mareo terrible, sentí cómo el cuerpo se me ponía frío y adormecido; sentí una náusea inmensa y la vista se me empezaba a nublar.

Como pude me moví hacia el baño pensando en que vomitaría. Me esforcé por respirar profundamente y no desmayarme. De pronto sentí como si algo en mi interior hiciera "crack", aunado esto a una sensación de hormigueo por todo el cuerpo, una debilidad angustiante y la disminución del dolor (pero no su desaparición).

Al amanecer decidí finalmente ir al médico. La doctora me revisó, escuchó mi historia, me auscultó y me indicó realizar un ultrasonido para descartar problemas hepáticos. Me dirigí hacia la clínica más cercana para hacerme los estudios, cuyos resultados señalaban una condición extraña en el intestino: podría ser una oclusión o una tumoración. Ninguna de las dos opciones era preferible a la otra, así que la doctora me canalizó con un especialista, gastroenterólogo y oncólogo de la Ciudad de México.

Ese mismo día asistí con el especialista, siempre acompañado por mi esposa, quien me revisó y comentó que sí sentía un cuerpo extraño en mi abdomen, pero que debería hacerme estudios más detallados: una tomografía contrastada y análisis de sangre, por lo que al día siguiente (si no mal recuerdo) mi madre y mi esposa me llevaron a otro laboratorio para hacer la tomografía.

Creo que el resultado lo entregaron un día después: había una tumoración de 7cm de diámetro en el "ciego", que es la zona donde se conectan el intestino delgado y el grueso. Además de que tenía un conteo muy elevado de glóbulos blancos, indicio de una fuerte infección. Por eso, cuando ese mismo día el especialista observó los resultados dijo: "debemos internarte hoy mismo y hacer la cirugía para mañana".



Seguramente me habría evitado todo ese cúmulo de emociones, malestares, incertidumbres si hubiese ido al médico cuando el dolor recién había aparecido. Y ciertamente habría evitado (al menos en muy buena medida) todo lo que vendría después.

Creo que esa es el primer aprendizaje de todo esto: la salud es primordial (por muy cliché que suene), lo demás puede esperar, pues sin una salud adecuada, todo lo demás se vuelve muy difícil, si no imposible, de hacer. Es por ello que se suele decir que ante cualquier síntoma, por pequeño que parezca, hay que acudir al médico para prevenir complicaciones o dolencias más graves.


miércoles, 13 de julio de 2016

Presentación (Segunda vuelta)

Hace más de un año que comencé a escribir en este blog acerca de mi experiencia con una ostomía. Por diversos motivos lo dejé olvidado, pero creo que es momento de reescribir de forma más clara para que pueda ser de utilidad a aquellas personas que están a punto de atravesar por algo similar, o están en pleno recorrido... o para cualquier persona interesada en el tema.

Es cierto que en la red hay bastante información sobre este tipo de intervención, así que no me detendré mucho a repetir lo que ya circula por ahí (incluso compartiré algunos links), sino a contar cómo pude hacer frente a los diversos problemas que se me presentaron, es decir, hablaré desde mi propia vivencia.

Para poner un poco de contexto: vivo en la Cd. de México, tengo 33 años, y aquí fue donde enfermé, donde me operaron y donde aún me sigo recuperando de tres intervenciones quirúrgicas relacionadas con el tema de la ostomía.

Citando a wikipedia: Una ostomía es una operación quirúrgica en la que se practica una apertura (estoma) en la pared abdominal para dar salida a una víscera al exterior, como el tracto intestinal o uno o ambos uréteres. Las heces o la orina en tal caso se recogen en un dispositivo diseñado especialmente para ello.

El tipo de cirugía que me practicaron fue una ileostomía, es decir, una parte de mi intestino delgado fue derivado hacia la pared abdominal, mientras que mi intestino grueso estaba sellado, inactivo y reposando por dentro.

Hay algunas variaciones entre una colostomía y una ileostomía, aunque en el tema de cuidados y prevenciones suele haber varios puntos en común. Y pretendo que de eso trate este blog, como ya lo he dicho, sobre cuidados, prevenciones y cómo afronté ciertas dificultades.

Finalmente, quiero hacer incapié que mi supervivencia y recuperación ha sido posible y mucho más llevadera gracias a las personas que estuvieron alrededor, siempre presentes y atentas a mis necesidades (tanto físicas como emocionales): mi esposa y mis padres principalmente, y familiares cercanos.

Así pues, espero que les sea de utilidad todo este viaje y que encuentren lo que están buscando.